Francisco Rodríguez Pulido: "Mi amigo Jose no volverá a vivir en Puerto Naos"

Decía Pablo Neruda que “a lo sonoro llega la muerte, como un zapato sin pie. Sin embargo, sus pasos suenan (…).” La muerte de Jose llegó callada, silenciosa, sin zapatos. Llegó sin avisar, sin que él mismo lo supiera. Es el sino de la muerte medicalizada, que te espera en una cama de hospital. Sigue pasando, y ya no entiendes nada. Ya no se muere tranquilo, consciente, en tu casa, o en tu cama. Le pasó a mi amigo Jose, sin la tilde, como yo lo llamaba. Le pasó a mi madre, mi mujer, mi cuñada, mi primo, mi sobrina, mi suegra… Puede asustar, pero todas esas personas de mi vida murieron en el hospital.

Soy amigo de Jose desde la juventud. Sobre todo, en aquellos años que coincidimos estudiando Químicas. El abandonó la carrera. Pero su inteligencia y sabiduría no necesitaba estudios. Fue un excelente comunicador y periodista, sin título, en sus años en Radio Nacional. Y en Los Arrieros, o enseñando música y folklore, lo era todo. Y sabía jugar con las veintisiete letras del abecedario para componer las décimas más ocurrentes.

En los dos últimos años, el contacto con Jose era frecuente. Día tras día teníamos el tema de los “gases” en Puerto Naos. Él vivía en Puerto Naos. Me dejó las llaves de su casa y el mando del garaje para que midiera las concentraciones. Desde el primer momento que lo hice, le decía que no había ningún problema incompatible con la vida en su casa. Solamente, en la planta más baja del garaje había niveles altos de concentración. Incluso había localizado el origen de esos niveles anómalos. Como en muchos garajes, estaba en los pozos negros.

Yo le decía una y otra vez a Jose que no tuviera ningún temor. Incluso llegué a decirle, antes de encadenarme, que no me importaría vivir en su casa, si me dejaba, como acto de protesta. Siempre le decía que la gestión se ha hecho muy mal. Mal y causando mucho daño también. Daño, no solo económico, que además él sufrió negativamente, sino el daño moral, de salud mental y, posiblemente de salud física. Considerar Puerto Naos como zona de exclusión, como si fuera Chernobyl, ha sido y lo es aún, una decisión agresiva y dolosa hacia las personas.

En la legislatura de Mariano, su equipo, con la complicidad de los mismos técnicos que están ahora en el grupo de expertos, alimentó la imagen de la letalidad, del terror, del miedo, de la muerte… El actual equipo de gobierno es más comedido en las palabras, pero en los hechos no ha cambiado mucho. Ha cambiado, en cuanto el presidente ha “autorizado” lo que nunca debió considerase como prohibido, el acceso a la playa y la habitabilidad de numerosas viviendas. La vivienda de Jose ya estaba incluida en ese listado. Sin embargo, no pudo volver a habitarla. Jose vivía en Puerto Naos. No era la casa de veraneo. Era su vivienda.

La estrategia política del miedo, como yo lo llamo, ha hecho y sigue haciendo mucho daño. A pesar de las numerosas conversaciones con Jose, no dejaba de notar en él la preocupación, la duda y la incertidumbre. Me decía, “yo no voy a vivir hasta que no me aseguren que no va a pasar nada”.

El día que entramos con un grupo amplio de vecinos, estuve en su casa. Para mí fue un día de enorme alegría. Pero el semblante de Jose era de expectación, como si pensara que podía pasar algo. Ese día estuvimos en su casa, para coger un bañador que me prestó. Yo me bañé con otros en la playa. Jose no se atrevió. Tenía temor incluso a las sanciones. Pero a ambos nos llegó la multa.

A veces te sorprende las casualidades de la vida. El día que recibió la notificación de la sanción, estaba con él. La tenía en la mano. La había recogido en correos. Yo aún no la había recibido. Y un día, y no sé si fue casualidad que, estando en La Palma, lo llamo y me dice, “estoy esperando a mi mujer para ir a urgencias”. Me dijo que tenía la piel amarilla y la orina oscura. Se sentía mal. Ese día pasó varias horas, primero en el centro de salud, y luego en urgencias. Quedó ingresado.

En el Hospital de La Palma estuvo diecisiete días, esperando por una cama en el Hospital Universitario de Tenerife. Yo no pensaba que fuese grave. Ni él lo era del todo. No supe entonces que ya tenía un diagnóstico difícil. Él no transmitía esa idea. Las casualidades ocurren por algo. Otro día, que lo llamé, me dice que está esperando a que lo lleven a Tenerife. Le pregunté si en un helicóptero. “No, voy en el vuelo de Binter de las cuatro, con un enfermero”. Estaba nervioso, muy nervioso. Me lo dijo y lo notaba.

Ya no volvería a hablar con Jose nunca más. Llegó a Tenerife, y tampoco fue atendido de inmediato. Sin embargo, el diagnóstico ya era muy malo. Pero aún yo no lo sabía. Ni siquiera pudo ser intervenido. Lo prioritario era parar y estabilizar un problema que estaba inundando todo su cuerpo de toxicidad.

En Tenerife, un amigo común que iba a verlo me daba mensajes positivos. Me decía, “incluso bromeábamos con el dióxido de carbono”. Le mandaba mensajes, por si quería hablar conmigo. No me respondía. En esos instantes, yo estaba en La Palma. Preferí llamar a su hermano. Y él fue muy claro, “no sé si Jose llegará al lunes”. Era jueves.

Ya todo fue tan rápido. El amigo común de ambos, en Tenerife, que lo visitaba todos los días, me decía que ya no lo reconocía. Yo llegaba a Tenerife al lunes, pero ya me dijo su hermano que lo iban a sedar. Al día siguiente voy al hospital. Jose ya dormía. Ya dormiría para siempre.

El miércoles veinticuatro, por la tarde, decido ir al hospital a verlo. Está su mujer, su hijo y un hermano. Ya está en una habitación individual. Me quedo algunas horas. Cuando me despido, me acerco a Jose. Le toco el hombro y el rostro y pienso, “gracias Jose por ser parte de mi vida, por haberte conocido”. Apenas unas horas después me llega el mensaje de su fallecimiento.

Mi amigo Jose nunca volverá a vivir en Puerto Naos, en su casa. Podía haber vivido, sin problema, desde hacía dos años. Pero tenía temores. Hace poco, que le habían puesto el sensor en su casa, se confirmaba que no había problema de CO2. Yo, como siempre, le decía que, no sólo ahora, sino que nunca había tenido problemas en su piso.

El volcán oficialmente ha dado una víctima. Pero el volcán ha creado muchas víctimas. Calladas, silenciosas, escondidas, en cada pérdida, en cada dolor personal, en cada angustia, en la desesperación y, desgraciadamente, en el miedo. Algunas están aún en el abismo. La administración tiene muchas deudas pendientes. Yo sólo tengo hacia Jose agradecimientos. Una vez me advertía que fuera cauto con mis escritos y mis denuncias. Jose decía, “hay mucha gente que, al menor descuido, irá a por ti”. Sé que me apreciabas. Lo sé, Jose. Depende de nosotros, tus amigos, amigas y familiares que tu memoria siga viva.

Deje un comentario

Su e-mail no será publicado.

*

*

*